lunes, 5 de agosto de 2013

Los pelucones


Sus origenes
Hacia 1810 y hasta el año 1830, no existían en Chile partidos políticos propiamente tales, de tendencias estables y definidas, capaces de servir de base sólida para consolidar una forma de gobierno. Sin embargo, a partir de la caída del gobierno de O´Higgins en 1823, los bandos políticos ofrecerán un esquema visible y bastante más claro[1]. De hecho la renuncia de O´Higgins marcó la aparición de dos tendencias políticas diferentes, que más tarde darían origen a la creación de los primeros partidos políticos de Chile.
Los pelucones, dentro de este escenario político, representaron al sector más conservador y tradicionalista de la aristocracia, que no deseaba que hubiese ningún tipo de reforma radical, es más, “se les dio aquel nombre porque sus miembros habían sido los últimos en usar la peluca empolvada colonial”[2]. En este contexto diferenciado, resaltarán los pelucones, tanto aristócratas como doctrinarios.
Este ‘bando’, estaba compuesto mayoritariamente por “los miembros más poderosos e influyentes de la sociedad santiaguina, enemigos naturales de toda dominación militar que les arrebatara su influencia”[3].
Resulta necesario esclarecer esta distinción para entender el desarrollo de la corriente pelucona en una primera etapa de nuestra historia política, ya que por una parte se distinguen los pelucones que encarnan la aristocracia terrateniente, la tradición colonial, la fe religiosa y el intachable respeto por la autoridad. Esta tendencia estuvo compuesta por miembros de los antiguos mayorazgos (suprimido en el mandato de O´Higgins), y otros tantos jefes del ejército Por otra parte nos encontramos con pelucones doctrinarios, quienes luego de haber estado de acuerdo con la independencia, se unirán a los pelucones y defenderán a ultranza el ideario que se estaba consolidando cada vez más apegado al respeto de la Iglesia.

Trayectoria de su historia
Los siguientes años el país vivió en un Estado de continuo desorden. El plan federalista fracasó y en 1828 se instauró una nueva constitución. Con el objetivo de elegir a sus diputados para el nuevo congreso, los “pipiolos” y los “pelucones”, se enfrentaron en una batalla electoral, la victoria liberal obtenida en esta lucha, y la posibilidad de que se realizasen algunas reformas sociales, se contaron entre las causas que provocaron la guerra civil de 1829, la que terminó con el triunfo de los conservadores y la instauración de la república autocrática.

El asunto se gatilla a partir de “una cuestión interpretativa de la constitución planteada en el congreso de 1829 sobre la elección del vicepresidente de la República, pues sirvió de pretexto a la abigarrada coalición opositora para adoptar una actitud revolucionaria de que el gobierno se mostró incapaz de defenderse, (…), mientras los pelucones dirigidos por Portales se apoderaban del gobierno en Santiago, el general Joaquín Prieto a la cabeza del ejército del sur, se pronunciaba en concepción contra el régimen liberal”[9].
La victoria obtenida por el ‘bando’ pelucón en la Batalla de Lircay en abril de 1830, fue el hecho histórico que marcó su llegada al poder, con la figura carismática de Diego Portales como líder de este movimiento. “Con la batalla de Lircay lograba, pues, establecerse el bando pelucón en el gobierno en forma incontrarrestable, (…), bajo su imperio, fueron tres los principales Presidentes de la República que se sucedieron en el mando: José Joaquín Prieto, Manuel Bulnes y Manuel Montt”[10], aunque se distinguían uno del otro, el gobierno de cada uno de ellos compartió un eje que les fue transversal, el cual fue un el respeto y resguardo del principio de autoridad, vulnerado, para ellos, en el período liberal. A partir de esto mismo se puede entender que una de sus grandes preocupaciones haya sido el lograr establecer un poder ejecutivo fuerte, que garantizará orden en el país, sacudido por un largo período de caos. “Se caracterizó también el ‘bando’ pelucón por una política de franca protección a las clases altas de la sociedad, en cuyo seno, principalmente se había levantado, (…), de manera que, siguiendo este principio mantuvo los mayorazgos, exigió una renta mínima o la posesión de un bien raíz para conceder derechos políticos, y negó estos derechos a la servidumbre doméstica”[11].
Obra del peluconismo fue la Constitución de 1833, que fue “la armazón jurídica del régimen portaliano, (…), fue una carta ‘autocrática y aristocrática’ y que significó el antecedente directo de la formación del Partido Conservador”[12]. A lo largo de este período, el conservadurismo pelucón sufrirá dos divisiones, de menor repercusión la primera, más intensa e irreversible, la segunda, causada por una pugna entre el Estado y la Iglesia, la llamada Cuestión del Sacristán, que será la que llevó al fin definitivo de este bando y al mismo tiempo al surgimiento de los0 primeros partidos políticos chilenos.





Principios Programáticos
Los pelucones “aspiraban a un sistema que no rompiese completamente con las tradiciones coloniales y no modificase la estructura de la sociedad existente, la cual en resumidas cuentas, no sería diferente de la mantenida durante el control español”[4]. Otras de sus características era su fuerte respeto por la Iglesia, pues “eran decididos partidarios del patronato, tradicionalistas, propiciando el mantenimiento de instituciones de carácter aristocrático, tales como los mayorazgos, (…), su ideal es un gobierno paternal, blando, conciliador, honrado y sensato, enemigo de cambios y novedades, ejercido por medio de juntas y congresos dirigidos por ellos”[5].
Podemos señalar entonces, que los fundamentos o el ideario que los pelucones propugnaban eran bastante claros. En primer lugar el tema del orden y la autoridad estaba marcado por dos puntos: primero la conservación de la hegemonía social de la oligarquía por sobre las otras clases sociales. El segundo punto estaba relacionado con la tradición civil en el gobierno. “Se entiende que desde 1830 hasta 1837, el peluconismo como fuerza social y política, bajo la inspiración de Portales, tuvo un solo punto de vista inflexible, el orden a cualquier precio”[6] . Entre las principales figuras de la corriente pelucona, encontramos a José Tomás Ovalle, Agustín Eyzaguirre y Juan Egaña,“este último y su hijo Mariano Egaña, serán, en cierta medida, los principales ideólogos del sector. La importancia de Egaña se hará tangible al tomar un papel trascendental en la redacción de la constitución de 1823, también llamada la constitución moralista, por su alto contenido limitante y normativo hacia las conductas de los ciudadanos; un aspecto notable es “la incorporación de conceptos éticos, que se traducían en un control de los ciudadanos mediante visitadores que debían recorrer el país y la mantención de un registro donde se inscribían las buenas y malas acciones de cada uno”[7].
Los pelucones
Sus origenes
Hacia 1810 y hasta el año 1830, no existían en Chile partidos políticos propiamente tales, de tendencias estables y definidas, capaces de servir de base sólida para consolidar una forma de gobierno. Sin embargo, a partir de la caída del gobierno de O´Higgins en 1823, los bandos políticos ofrecerán un esquema visible y bastante más claro[1]. De hecho la renuncia de O´Higgins marcó la aparición de dos tendencias políticas diferentes, que más tarde darían origen a la creación de los primeros partidos políticos de Chile.
Los pelucones, dentro de este escenario político, representaron al sector más conservador y tradicionalista de la aristocracia, que no deseaba que hubiese ningún tipo de reforma radical, es más, “se les dio aquel nombre porque sus miembros habían sido los últimos en usar la peluca empolvada colonial”[2]. En este contexto diferenciado, resaltarán los pelucones, tanto aristócratas como doctrinarios.
Este ‘bando’, estaba compuesto mayoritariamente por “los miembros más poderosos e influyentes de la sociedad santiaguina, enemigos naturales de toda dominación militar que les arrebatara su influencia”[3].
Resulta necesario esclarecer esta distinción para entender el desarrollo de la corriente pelucona en una primera etapa de nuestra historia política, ya que por una parte se distinguen los pelucones que encarnan la aristocracia terrateniente, la tradición colonial, la fe religiosa y el intachable respeto por la autoridad. Esta tendencia estuvo compuesta por miembros de los antiguos mayorazgos (suprimido en el mandato de O´Higgins), y otros tantos jefes del ejército Por otra parte nos encontramos con pelucones doctrinarios, quienes luego de haber estado de acuerdo con la independencia, se unirán a los pelucones y defenderán a ultranza el ideario que se estaba consolidando cada vez más apegado al respeto de la Iglesia.

Trayectoria de su historia
Los siguientes años el país vivió en un Estado de continuo desorden. El plan federalista fracasó y en 1828 se instauró una nueva constitución. Con el objetivo de elegir a sus diputados para el nuevo congreso, los “pipiolos” y los “pelucones”, se enfrentaron en una batalla electoral, la victoria liberal obtenida en esta lucha, y la posibilidad de que se realizasen algunas reformas sociales, se contaron entre las causas que provocaron la guerra civil de 1829, la que terminó con el triunfo de los conservadores y la instauración de la república autocrática.

El asunto se gatilla a partir de “una cuestión interpretativa de la constitución planteada en el congreso de 1829 sobre la elección del vicepresidente de la República, pues sirvió de pretexto a la abigarrada coalición opositora para adoptar una actitud revolucionaria de que el gobierno se mostró incapaz de defenderse, (…), mientras los pelucones dirigidos por Portales se apoderaban del gobierno en Santiago, el general Joaquín Prieto a la cabeza del ejército del sur, se pronunciaba en concepción contra el régimen liberal”[9].
La victoria obtenida por el ‘bando’ pelucón en la Batalla de Lircay en abril de 1830, fue el hecho histórico que marcó su llegada al poder, con la figura carismática de Diego Portales como líder de este movimiento. “Con la batalla de Lircay lograba, pues, establecerse el bando pelucón en el gobierno en forma incontrarrestable, (…), bajo su imperio, fueron tres los principales Presidentes de la República que se sucedieron en el mando: José Joaquín Prieto, Manuel Bulnes y Manuel Montt”[10], aunque se distinguían uno del otro, el gobierno de cada uno de ellos compartió un eje que les fue transversal, el cual fue un el respeto y resguardo del principio de autoridad, vulnerado, para ellos, en el período liberal. A partir de esto mismo se puede entender que una de sus grandes preocupaciones haya sido el lograr establecer un poder ejecutivo fuerte, que garantizará orden en el país, sacudido por un largo período de caos. “Se caracterizó también el ‘bando’ pelucón por una política de franca protección a las clases altas de la sociedad, en cuyo seno, principalmente se había levantado, (…), de manera que, siguiendo este principio mantuvo los mayorazgos, exigió una renta mínima o la posesión de un bien raíz para conceder derechos políticos, y negó estos derechos a la servidumbre doméstica”[11].
Obra del peluconismo fue la Constitución de 1833, que fue “la armazón jurídica del régimen portaliano, (…), fue una carta ‘autocrática y aristocrática’ y que significó el antecedente directo de la formación del Partido Conservador”[12]. A lo largo de este período, el conservadurismo pelucón sufrirá dos divisiones, de menor repercusión la primera, más intensa e irreversible, la segunda, causada por una pugna entre el Estado y la Iglesia, la llamada Cuestión del Sacristán, que será la que llevó al fin definitivo de este bando y al mismo tiempo al surgimiento de los0 primeros partidos políticos chilenos.





Principios Programáticos
Los pelucones “aspiraban a un sistema que no rompiese completamente con las tradiciones coloniales y no modificase la estructura de la sociedad existente, la cual en resumidas cuentas, no sería diferente de la mantenida durante el control español. Otras de sus características era su fuerte respeto por la Iglesia, pues “eran decididos partidarios del patronato, tradicionalistas, propiciando el mantenimiento de instituciones de carácter aristocrático, tales como los mayorazgos, (…), su ideal es un gobierno paternal, blando, conciliador, honrado y sensato, enemigo de cambios y novedades, ejercido por medio de juntas y congresos dirigidos por ellos”.
Podemos señalar entonces, que los fundamentos o el ideario que los pelucones propugnaban eran bastante claros. En primer lugar el tema del orden y la autoridad estaba marcado por dos puntos: primero la conservación de la hegemonía social de la oligarquía por sobre las otras clases sociales. El segundo punto estaba relacionado con la tradición civil en el gobierno. “Se entiende que desde 1830 hasta 1837, el peluconismo como fuerza social y política, bajo la inspiración de Portales, tuvo un solo punto de vista inflexible, el orden a cualquier precio” . Entre las principales figuras de la corriente pelucona, encontramos a José Tomás Ovalle, Agustín Eyzaguirre y Juan Egaña,“este último y su hijo Mariano Egaña, serán, en cierta medida, los principales ideólogos del sector. La importancia de Egaña se hará tangible al tomar un papel trascendental en la redacción de la constitución de 1823, también llamada la constitución moralista, por su alto contenido limitante y normativo hacia las conductas de los ciudadanos; un aspecto notable es “la incorporación de conceptos éticos, que se traducían en un control de los ciudadanos mediante visitadores que debían recorrer el país y la mantención de un registro donde se inscribían las buenas y malas acciones de cada uno.
Pero esta constitución, obra más bien académica y de una aplicación casi imposible, ni siquiera fue aplicada de forma real en el país, de hecho, “la mayoría de los hombres dirigentes, se convencieron luego de la ineficacia de la constitución de Egaña, y el mismo Director de la República, don Ramón Freire, suspendió su ejercicio cuando sólo habían transcurrido algunos meses desde su promulgación.
Pero esta constitución, obra más bien académica y de una aplicación casi imposible, ni siquiera fue aplicada de forma real en el país, de hecho, “la mayoría de los hombres dirigentes, se convencieron luego de la ineficacia de la constitución de Egaña, y el mismo Director de la República, don Ramón Freire, suspendió su ejercicio cuando sólo habían transcurrido algunos meses desde su promulgación.